Mónica Potenza
Nació en Buenos Aires, se formó en serigrafía con Andrea Moccio y en pintura con Martín Riwnyj. Estudió Técnica en Publicidad en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) y Gastronomía en la Asociación de Gastronomía Argentina (AGA). Principales premios y distinciones: 2021 Convocatoria Creación “Vivamos Cultura”, Línea Exhibición, Ministerio de Cultura, Ciudad de Buenos Aires. 2010 Mención concurso Arte Único Fernet Branca, Buenos Aires. Mención especial 1º Concurso de Pintura Artroad, Sofitel Los Cardales, Buenos Aires. 2008 1° Premio Salón “El campo y la ciudad”, Galería Pasaje 17, Buenos Aires. 2007 1° Premio 9º Salón Nacional de Pintura, Avellaneda, Santa Fe. 4º Mención XXIX Salón Nacional de Pintura, Museo de Bellas Artes Félix de Amador, Luján, Buenos Aires. Mención Salón nacional de Pintura, Municipalidad de Tres de Febrero, Provincia de Buenos Aires. Becas: 2009 y 2006 Subsidio Fondo Metropolitano de las Artes de la Ciudad de Buenos Aires. Exhibiciones Individuales: 2023 “La mesa está servida”, Centro Cultural Paco Urondo, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. 2022 “No remedy for Love”, Galería Cariló Arte Contemporáneo, Cariló, Buenos Aires. 2016 “Living la vida loca”, Round Point-Cariló Arte Contemporáneo, Cariló, Buenos Aires. 2015 “Amor y Aventuras”, Centro Cultural Parque España, Rosario, Santa Fe. 2013 “Go Go! Ultra Cosplay Power Team”, Bisagra, Espacio de Arte Recoleta Mall, Ciudad de Buenos Aires. 2011 “Mash Up” Arteba, Stand Modo 7 Gallery, Ciudad de Buenos Aires. 2009 “Romance”, Galería Pasaje 17, Buenos Aires. 2009 “Invasión”, Galería Pabellón 4, Buenos Aires. 2008 “Joven y Efímero”, Centro Cultural Parque de España, Rosario, Santa Fe. Exhibiciones Colectivas: 2022 “Cuidarte el corazón” Fundación Rossi, Centro Rossi, Ciudad de Buenos Aires. 2022 “Mundial 2022”, Cariló Arte Contemporáneo, Cariló, Buenos Aires. 2020 “Mujer frente al Espejo. Retratos en un siglo”, Museo Arquitecto Francisco Tamburini, Ciudad de Córdoba. 2014 “Valor Agregado”, Perotti Galería, Buenos Aires.
La mesa está servida
La mesa está servida ahonda en la conjunción entre cocina y arte, específicamente, en la capacidad de ambas disciplinas de ser objeto de representación/evocación y metáfora de ciertos preceptos y mandatos culturales.
La utilización en mis obras de platos de sopa (uno de los símbolos de la comida casera materna por excelencia, quizás por su similitud con las primeras papillas con las que el bebé se alimenta) busca generar en el espectador una reflexión crítica sobre las asociaciones primarias, y fuertemente emotivas, que hacemos frente a la comida de la infancia, y sobre aquellos roles de género que automáticamente se vinculan con ella. Además, pretende contrastar la visión romantizada e inocente de la infancia con la percepción adulta de la realidad, donde el mundo se presenta en su estado salvaje y violento. Comenta la artista, sobre su obra.
Los platos de comida aparecen en las obras magnificados, a manera de grandes contenedores, en los cuales los personajes se ven inmersos, muchas veces en situaciones de rescate estereotípicamente romantizadas. El hombre-macho rescata a la mujer-indefensa de un plato de sopa. Este plato simboliza el contexto hogareño/familiar/culinario al cual la cultura relegó durante siglos a la mujer; evidenciando el engaño de un rescate que solo perpetúa un modelo de sumisión.
La sopa es universal, las antiguas recetas de sopa de diversas culturas son muy parecidas a las que figuran en los libros de cocina contemporáneos. Tanto los ingredientes como las técnicas son prácticamente idénticos. Por otro lado, hay un vínculo muy fuerte entre la sopa y los sentimientos de inocencia y vulnerabilidad propios de la infancia. Acoplado a ello, encontramos la relación sopa-curación. Aunque la forma en que nos alimentamos ha variado enormemente y las teorías que asocian la medicina y la nutrición han cambiado de forma radical, la cocina para los convalecientes se ha mantenido constante durante siglos. Eso es lo que hacían nuestros abuelos, los abuelos de nuestros abuelos y decenas de generaciones antes que ellos. Esta doble vinculación con lo infantil y la sensación de curación hacen que el solo ver un plato de sopa nos lleve a sentirnos en un lugar de comodidad y confort, de una vulnerabilidad permisible por un contexto de cuidado cercano a lo maternal. Que las obras den a primera vista ese sentimiento de familiaridad deja al espectador en el estado perfecto para poder ingresar en una segunda capa discursiva: la del comentario crítico, deconstructor de toda una serie de verdades y lugares comunes que asociamos con nuestra crianza, con los valores y preceptos (tanto enseñados activamente como aprendidos inconscientemente) a los que ese plato de sopa automáticamente remite.